Por: Sebastián Sánchez
Tercero de bachillerato “C”,
Físico-matemático
U. E. Gonzaga
“No el mucho saber harta y satisface el alma,
sino el sentir y gustar de las cosas internamente”
Ignacio de Loyola.
Durante
mis años de permanencia en el colegio, he escuchado quizá en algún acto cívico
de enero o de alguna de las autoridades hacer referencia a cómo les fue a los
chicos de sexto en “Ejercicios Espirituales” y la buena participación que ellos
han tenido. Pues bien, sin siquiera notarlo, los años han pasado y ese momento
me llegó, a todos nosotros, sin esperarlo este pequeño regalo llegó y justo a
tiempo.
Hablar
de Ejercicios Espirituales es plasmar una vivencia demasiado grande en palabras
muy cortas y a la vez es volver a vivir, pues el recuerdo nos trae a la memoria
ese encuentro, ese lugar, esa lágrima que inevitablemente brotó de nuestros
ojos y ese abrazo que trajo tanta calidez y paz; ese abrazo donde entendimos la
importancia del perdón.
Vivir
una experiencia así de grande es indescriptible y sin embargo es en sí misma
muy sencilla: durante casi cinco días es el silencio tu mejor acompañante y el
único que podrá juzgar tus pensamientos, quien escucha y a quien
paradójicamente aprendes a escuchar. Estar en ejercicios no es buscar acallar
problemas y debilidades, no es solamente asistir a misa ni hacer compromisos
falsos, no es ir en búsqueda de sonrisas, pues muchos de los momentos que se
viven son más bien agridulces, no son solo el tiempo de felicidad; pero sin
embargo la felicidad viene cuando aprendes a apreciar estos momentos personales,
cuando entiendes su razón de ser, la razón de ser de tu propia existencia.
Dentro
de todo esto tenemos un Amigo que nos acompaña en esta travesía, uno al que no
todos invitamos al comenzar pero que sin duda abrazamos al terminar, Dios. Es
Él sin duda quien acompaña y sostiene (como lo ha hecho durante toda la vida) miedos,
dudas, temores, preguntas, incertidumbres; todas ellas se resumen en Él, y de a
poco la pregunta que cada uno se hace es ¿cómo fui capaz de dejarlo de lado durante
tanto tiempo?
Aun
cuando muchos no puedan entenderlo así, todo el resultado se basa en Él, pues
si buscamos la felicidad es sin duda Dios el medio y el fin en quien la
sabremos encontrar auténtica.
¿Si
los ejercicios espirituales cambiaron mi vida? Pues sí, y estoy seguro que la
de muchos de mis compañeros también. Espero que la palabra “vida” no me quede
grande, y a pocos días de haber llegado de esta experiencia maravillosa he
escuchado relatos de personas cercanas que tuvieron la dicha tan grande de
vivirlos.
Sin
importar el paso de los años aun hay algo dentro de ellos que al recordar esta
experiencia se enciende y es capaz de transmitir alegría, como la de los niños,
y es que eso somos al llegar, niños, que han querido ser grandes y solo en
nuestra estadía ahí “hablando” con el silencio entendemos lo lejanos que nos
hemos encontrado de ser adultos, de las faltas tan graves que hemos cometido,
muchas de las veces, de las faltas que realizamos por dejar de hacer cosas, del
daño tan grande realizado a los seres que nos aman, a Él mismo…
En
el transcurso de los ejercicios llegan momentos tan gratos, que difícilmente
cualquiera que haya “sentido y gustado” de verdad podrá olvidar, palabras y frases
que nos llegan como “anillo al dedo”, “casualidades” que no se pueden explicar
fácilmente, incluso sonrisas y lágrimas encontradas, situaciones que se
aprenden desde apreciar la simpleza de sentir el sol quemando tu rostro hasta
la felicidad tan grande de aceptar a Dios en tu corazón.
Enfrentar
al mundo es lo que resta, con fuerzas renovadas, con actitudes nuevas, sabiendo
apreciar la sencillez de las situaciones y sabiendo que ni ahora ni nunca lo
hemos luchado solos, pero que haciéndole a Él partícipe en nuestras vidas
encontraremos mas “casualidades” que nos colmarán de felicidad en buenos y
malos momentos, tanto y cuanto, destinemos nuestra vida a un único objetivo, el
verdadero Amor y Felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario