Sor Juana Inés decía que el amor es como
la sal: dañan su sobra y su falta. Lo mismo podríamos decir con respecto a los
límites para los adolescentes, ya que la clave está en no abusar de los mismos
pero tampoco desestimarlos. En esta nota, pautas para manejarse en esta complicada
etapa de la vida.
A menudo, los padres encuentran muy
difícil ocuparse de la transición de sus hijos hacia la edad adulta, por lo que
este período puede ser realmente muy complicado para toda la familia. No es
fácil saber en que momentos los hijos adolescentes actúan de manera
irresponsable por su propia inocencia o por valores mal asimilados, pero lo
cierto es que, a esa altura de sus vidas, los padres no pueden ser más que un
guía, ya que existen barreras que no podrán ser más cruzadas.
Los chicos y chicas
han llegado a una etapa de sus vidas en donde saben que ya es su propia
responsabilidad encontrar esas barreras, que separan el bien del mal, la
madurez de la irresponsabilidad, el compromiso de la ausencia. Sin embargo, sí
existe una barrera en la que ellos no tienen injerencia, y que debe ser
absolutamente formulada y puesta en práctica por los padres. Ésa barrera es la
que define los derechos de los padres, y, por más independientes que sean, los
adolescentes deben aprender a no cruzarla.
En sus ansias por
demostrar y ejercer su independencia, muchos adolescentes parecen a menudo
"olvidar su lugar". La mayoría de las veces, esta es su respuesta al
hecho de que su rol ya no es el mismo, incluso en la relación con sus padres:
hagámosle frente, la mayoría de los jóvenes se acerca a la independencia con la
misma gracia de un perrito Gran Danés, y puede ser bueno recordar que nosotros
también luchamos para encontrar nuestro propio espacio adulto.
La búsqueda de este
nuevo y necesario rol, en donde el chico ya no es más un niño pero tampoco un
adulto, es muy dificultosa para el joven, que muchas veces se maneja de una
manera torpe pero si maldad, sobre todo por que no sabe como contar con la
necesaria ayuda de la otra parte, sus padres. La cosa más importante que los
padres deben recordar es que esta es solo una etapa, así como las rabietas, los
caprichos, o las necedades que tenía de niño.
La razón por la que
éste momento es más dificultoso, es porque también está en juego el control y la
autoridad. Pero así como el padre debe aprender a abandonar cierta indiscutida
potestad (incluso en el plano verbal), el niño debe aprender a beneficiarse de
estos cambios sin abusar de los mismos. Lo que se espera, en definitiva, es que
esta batalla emocional de voluntades se acabe de una forma sana y natural, en
la que ambos sepan reconocer sus espacios.
Cuando los
adolescentes demuestran su independencia con insolencia y carencia de
consideración hacia los otros miembros de la familia, ésta actitud no puede
obviarse y dejar ser ignorada. La insolencia y falta de respeto no es un signo
de independencia, sino del hecho de que se está teniendo un comportamiento
inmaduro, que provoca que los padres todavía deban hacerse cargo de modificar.
Estos jóvenes no han
aprendido el sutil y delicado arte de la autoridad con diplomacia, y, sin
ningún temor a equivocarnos, esto debe ser rectificado por sus padres. Fabricar
excusas para desestimar su mal comportamiento, no es la mejor manera de
ayudarles a encontrar su lugar. Los padres deben tratar a sus adolescentes
mayores con la misma sinceridad que lo harían con cualquier adulto que se
enfrenta de una manera inadecuada. Si su hijo o hija no aprende los límites que
son inaceptables para usted, seguramente los aprenderán, de forma mucho más
dura, por la propia sociedad.
El punto más duro
para controlar por parte de los padres, puede ser su error a sumirse en una
discusión verbal de par-a-par con sus hijos adultos. Como adultos con
experiencia, los padres deben intentar siempre ser la voz de la razón. Ponerse
en un nivel simétrico para conversar, no es nada apropiado, aunque si lo es el
hecho de modificar viejos esquemas, y poder escuchar más abiertamente a sus
hijos, como personas adultas que ya son. Sin embargo, cuando las conversaciones
comienzan a ser ríspidas, los padres deben insistir en hacer prevalecer su
experiencia y lógica, así como tener la madurez suficiente como para dejar
pasar ciertos pequeños puntos. Pero sin importar cuan insistentes sean su hijo
o hija, no se permita que sobrepasen su autoridad y sentido común.
Lo ideal, es intentar
mantener un tono razonable y respetuoso desde ambas partes. Si sus esfuerzos
fallan, simplemente rechace engancharse en la discusión. Puede tomarles tiempo,
pero entenderán que usted no hará caso a sus opiniones y evitará entrar en una
conversación improductiva que puede conducir a una o ambas partes a ofender al
otro, y sabrán que, sin dialogo, tendrán menos posibilidades de lograr ciertos
beneficios por parte suya.
Algunas reglas de la
casa, tales como los horarios de llegada y de irse a acostar, deberán ser
modificados a medida que nuestros hijos crezcan. Una vez que alcancen su
adolescencia mayor, podrán sentir que no todas las reglas de la casa seguirán
siendo aplicadas para ellos. Pero, igualmente, se debe tener cuidado de mantener
el control de las rutinas del hogar, con respecto a las personas que entran en
la casa, los huéspedes que podrán (o no) alojarse temporalmente, o el tipo de
actividades que allí se desarrollará. Lo importante será ser medido y razonable
en los nuevos permisos y obligaciones que se fijarán. Después de todo, el hogar
continúa siendo su hogar. Pero asegúrese de que sus normas sean verdaderamente
razonables.
Por ejemplo, si su
hijo o hija le pide cambios en los horarios de regreso al hogar, debe sentarse
con tranquilidad y, luego de conversar con ellos, llegar a la conclusión de que
eso puede ser lo mejor tanto para ellos como para usted, en esta etapa. Si, en
cambio, ellos llegan aún más tarde del nuevo horario convenido, tendrá todo el
derecho de sentir que aún no han madurado y deberán esperar para revalidar los
antiguos permisos. Las fallas intencionales de los jóvenes en adherir a las
nuevas reglas establecidas para su vida en la casa, se deben resolver con la
disminución o supresión de los beneficios otorgados. Pero el elemento dominante
en esta situación, será, por parte de ambas partes, manejarse de forma
razonable.
Es muy
importante recordar que durante esta transición también se podrá comenzar a
construir la relación que se mantendrá con su hijo durante todo el futuro.
Permitir que los incidentes se extiendan pueden crear tensiones cada vez más
difíciles de superar, que podrán afectar las relaciones futuras. A veces, la
decisión más sabia es saber guardar distancia durante algún tiempo, hasta que puedan
prevalecer las cabezas más frescas y el sentido común, desde ambas partes. En
el futuro, los actuales ajustes de ensayo y error se convertirán apenas otra
anécdota para el recuerdo. Las relaciones cambian todo el tiempo. Pero no es el
cambio lo que define el resultado, sino cómo manejamos ese cambio.
Tomado de la página En plenitud.com, para jóvenes de cualquier edad [ingreso el 23 de febrero de 2012]
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